CRÍTICA

'La extinción de Irena Rey', de Jennifer Croft: traducir es reescribir

La traductora de la premio Nobel Olga Tokarczuk debuta en la ficción con una novela en la que su oficio juega un papel clave

La escritora y traductora Jennifer Croft, autora de 'La extinción de Irena Rey'.

La escritora y traductora Jennifer Croft, autora de 'La extinción de Irena Rey'. / EPE

Marta Marne

Irena Rey está considerada una de las mejores autoras a nivel mundial. Cada año su nombre suena entre las apuestas al Nobel y su figura se ha rodeado de un halo de misterio que lo impregna todo. Cada vez que termina una novela, reúne en su casa a sus ocho traductores –que se identifican entre sí por el idioma con el que trabajan: inglés, alemán, francés, ucraniano, serbio, esloveno, sueco y español– para que trasladen su obra del polaco al resto de lenguas. Aunque convivan bajo el mismo techo, el trabajo debe ser individual: no quiere que las distintas interpretaciones se contaminen entre sí. Recuerden la palabra versión, porque ahí reside la clave de todo.

Poco después de que todos lleguen a su casa, en los lindes del bosque de Białowieża, Nuestra Autora –como la llaman con devoción sus traductores, mayúsculas incluidas– desaparece sin dejar rastro. Y lo más importante: sin dar ninguna instrucción sobre qué deben hacer a partir de ese momento. El primer impulso es buscarla, algo que implica revisar sus cosas, aunque con cierto respeto por su privacidad. Pero con el paso de los días se lanzan a registrar su ordenador, sus cajones y cualquier rincón que pueda darles una pista. Cuando reciben por correo electrónico el manuscrito de la novela en la que habían ido a trabajar, se ponen manos a la obra, aunque de una forma que Irena probablemente no habría aprobado: empiezan a trabajar de forma conjunta.

Identidad y creación

La extinción de Irena Rey, de Jennifer Croft (Stillwater, Oklahoma, 1981), juega con una multitud de géneros; el thriller, la sátira y la ficción distópica son algunos. En realidad, todo es una excusa para reflexionar sobre la identidad, la creación artística y los límites de la autoría. También sobre la labor del traductor y el peso que tiene en la lectura final de una obra literaria. Para colmo, toda la historia es un constante juego de espejos entre personajes y narradores: lo que tenemos entre manos es la traducción de una traducción de un texto escrito por uno de los propios traductores. Resulta imposible saber qué es real y qué es ficción dentro del universo de la novela.

Volviendo a la idea de la versión, conviene recordar que el traductor no se limita a convertir un texto a otra lengua: construye otro distinto. Gracias a su conocimiento, a su búsqueda de la palabra precisa en el idioma de destino, la obra original se transforma; se convierte en una nueva novela, una nueva mirada, una capa más de significado que nadie más podría aportar igual. En un tiempo en el que el trabajo de los profesionales del libro está tan devaluado por la irrupción de las IA, esta novela es un canto a la importancia de quienes se encargan de este oficio: no son un engranaje más en la cadena, sino uno tan relevante –casi– como el del propio autor. Al igual que ocurre con editores, correctores o ilustradores, su intervención también moldea el texto final.

¿Quién escribe realmente cada una de las versiones que adopta un libro? ¿Es la labor del traductor solo una cuestión de fidelidad al original? Quizá esta crítica también sea solo una de tantas lecturas posibles. Porque cada aproximación a un texto es, también, una forma de interpretación única e irrepetible.

La extinción de Irena Rey

Jennifer Croft

Traducción de Regina López Muñoz

Anagrama 

465 páginas. 22,90 euros