REPORTAJE

'Pedro Páramo', la novela que puso a México ante el espejo de su violencia

La obra de Juan Rulfo que mejor define la identidad de su país, con sus referencias poéticas y crueles a la muerte, celebra siete décadas de reconocimiento y no pierde fuelle como punto de partida inexorable para la nueva narrativa del país

Ilustración de Laura Monsoriu.

Ilustración de Laura Monsoriu. / EPE

Barcelona

Tiene poco más de cien páginas y encierra un mundo. Como si se tratase del principio de un cuento de hadas, un hijo parte en busca de un padre a quien no conoció, un tal Pedro Páramo, después de haber prometido a la madre en su lecho de muerte que haría ese viaje. Con ese mandato llega a Comala, pueblo perdido y polvoriento en el desierto de Jalisco donde la vida parece haber abandonado sus calles y sus habitantes son espectros, muertos vivientes que purgan sus pecados. “Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del Infierno”, le dicen en las indicaciones para llegar hasta allí. 

‘Pedro Páramo’, la novela que publicó el mexicano Juan Rulfo en 1955 cumple este mes 70 años, encaramada hoy a lo más alto de la literatura latinoamericana y universal, aunque no le acompañase en su aparición el calculado márketing de los autores del boom una década después. Una edición conmemorativa de la editorial RM y ‘Cartas a Clara’, la correspondencia que Rulfo intercambió con su esposa, amén de la nueva adaptación cinematográfica de la novela estrenada el pasado año y disponible en Netflix, son algunos de los alicientes para volver a hablar de una obra esencial y poética, que se extiende y crece en cada lectura atenta que se haga de ella. “’Pedro Páramo’ -advierte Aurelio Major, poeta, traductor y editor mexicano-canadiense, y colaborador cercano de Octavio Paz – ha sido siempre indócil a los reduccionismos críticos (del realismo ‘magicoide’) y sus rancias taras ideológicas. Algunos jóvenes escritores (de expresión catalana y castellana) harían bien en leerla para abochornarse y elegir correctamente a sus precursores”. 

Juan Rulfo hizo de la parquedad estilo y, llevándola al extremo, alcanzó el silencio de los bartlebys, que diría Vila-Matas.

Se mire por donde se mire, es una novela ‘rara’, si se acepta el adjetivo como algo poco común, un bien escaso y extraordinario. Con tan solo dos libros -atención, dos- en su haber, los relatos ‘El llano en llamas’ y ‘Pedro Páramo’ (amén de la novela breve o relato largo ‘El gallo de oro’ que se publicó en 1980), Juan Rulfo hizo de la parquedad estilo y, llevándola al extremo, alcanzó el silencio de los bartlebys, que diría Vila-Matas. Dejó de escribir durante treinta años y se ganó la gloria. 

¿Para qué hablar?

El laconismo lo traía ya de fábrica el escritor que, nacido en aquella zona desértica al pie de Sierra Madre donde imaginó Comala, trasladó a su prosa el carácter seco y agreste de sus habitantes. Sostenía Rulfo, hombre de pocas palabras, que se reducían todavía más en las entrevistas, que esa costumbre de hablar de las cosas era propia de la gente de la ciudad, que en el campo la gente no hablaba. Que su abuela no lo hacía y en su familia, tampoco. Y esa esencialidad, puro hueso descarnado, opuesta a los adornos del lenguaje, esa expresión reseca y fragmentaria, es la médula de su obra. Elena Poniatowska, que pasó varias veces por el trance de entrevistarlo, decía que había que escarbar mucho para encontrarlo: “Juan Rulfo no crece hacia arriba, sino hacia adentro. Más que hablar rumia su incesante monólogo, en voz baja, masticando bien las palabras para impedir que salgan. Sin embargo, a veces salen. Y, entonces, Rulfo revive entre nosotros el procedimiento de ponerse a decir ingenuamente atrocidades, como un niño que repitiera las historias de una nodriza malvada”. No hay más que buscar las entrevistas que años después le hicieron Joaquín Soler Serrano y Mercedes Milá, para contemplar en vivo ese espectáculo de incomodidad y violencia soterrada contra sí mismo. 

Páramo es un cacique en singular y a la vez todos los caciques de la historia del país azteca

‘Pedro Páramo’ es una novela de voluntad realista que por esa esencialidad -Rulfo escribió cerca de 300 páginas que quedaron en 130 tras un exigente proceso de desbroce- acabó convirtiéndose en puro mito, no solo del agreste centro-oeste de México sino también de la identidad mexicana y su literatura. Mexicanos son esos temas fundamentales que la atraviesan, como la muerte, la soledad, la violencia, el poder tiránico y la corrupción concretadas en la figura de Pedro Páramo, poderoso cacique que sembró de hijos la zona y participó en la ordalía de brutalidad y muertes en la que se vio sumido el país con la revolución y la contrarrevolución cristera. Páramo es un cacique en singular y a la vez todos los caciques de la historia del país azteca. Recuerda Major que Octavio Paz -un autor al que se ha querido enfrentar a Rulfo infinidad de veces en una pugna que describe como “falsa”- no solo calificó la novela como “una de las pocas obras maestras de la literatura”, sino que también dijo de Rulfo que “es el único novelista mexicano que nos ha dado una imagen -no una descripción- de nuestro paisaje como una visión de otro mundo”. 

El peso de lo biográfico

Hay muchas huellas autobiográficas, que el autor siempre negó, en esa novela. El niño Rulfo sufrió los daños colaterales de las guerras cristeras, particularmente sangrientas, entre el gobierno y los milicianos ultracatólicos, las mismas que arrasaron la imaginaria Comala. Pero también se perciben en su obra ecos del asesinato del padre de Rulfo (en una reyerta vengativa que reflejó muy bien en el cuento ‘Diles que no me maten’). En esa ausencia y su posterior paso por un orfanato -que él recordaba como más parecido a un correccional- se encuentra la almendra de una historia en la que puede detectarse el dolor por el desamparo de la orfandad. 

En esa línea, la argentina Reina Roffé, autora de la excelente ‘Juan Rulfo, biografía no autorizada’ (Fórcola), explica que Comala es la recreación de varios lugares que el escritor conocía bien: “Esos que en ciertas zonas de México se habían dejado morir, como alguna vez señaló el autor, porque eran acomodaticios, carecían de ideología, estaban llenos de saqueadores y violadores que debían pagar la culpa por sus delitos. Por eso convierte a sus habitantes en muertos vivientes”. Y hay más. La familia de Rulfo perdió su patrimonio “esquilmado por falsos revolucionarios”, dice Roffé, y eso quizá pueda enlazarse con las penurias económicas de Preciado. “Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”, clama la vengativa madre en el inicio de la novela, antes de morir. 

Las que aúllan en ‘Pedro Páramo’ son las almas de los difuntos que se lamentan formando una terrorífica polifonía de voces.

Aunque la historia de ‘Pedro Páramo’ era un proyecto acariciado desde su juventud, mencionado en una carta a su entonces novia y luego esposa, Clara Aparicio, la novela no tomó cuerpo en su imaginación hasta que Rulfo, más de una década después, visitó Tuxcacuesco, uno de los pueblos de su niñez, cercano a San Gabriel, donde había pasado parte de sus primeros años. En ese lugar que sus habitantes habían abandonado buscando una vida mejor en Estados Unidos -una herida todavía sangrante en tiempos de Trump-, el escritor se sintió transportado por la atmósfera fantasmal del lugar, en el que solo se oía el rumor del viento entre los árboles, unas casuarinas, pinos que azotados por las ráfagas de aire “aullaban”, según explicó. Las que aúllan en ‘Pedro Páramo’ son las almas de los difuntos que se lamentan formando una terrorífica polifonía de voces

Incomprensiblemente incomprendida

Pese a que contó con el apoyo de muchos autores mexicanos, ‘Pedro Páramo’ no fue mayoritariamente comprendida desde un principio. Renovaba demasiadas cosas -siguiendo la estela de William Faulkner-, tuvo algunas críticas negativas y muchas otras menos miopes. Pero el autor jamás olvidó las malas,. La oposición a Rulfo llevaba implícita la desconfianza a que aquella obra hubiera salido de la pluma de un autor autodidacta, sin estudios universitarios o reglados y además bastante desconectado del mundo que le rodeaba. ‘Pedro Páramo’ se consideró la melodía accidental del burro que tocó la flauta. Se dijo, para minimizarlo, que fue su buen amigo Juan José Arreola el artífice de la estructura última y lo cierto es que le ayudó en la edición, pero la responsabilidad final, Arreola lo dijo una vez y otra, solo le correspondió a Rulfo. Además, se sabe que un segundo libro publicado tras un éxito -y ‘El llano en llamas’, lo fue, incontestable- suele tenerlo más difícil a la hora del reconocimiento público. La novela, sorprende hoy, apenas vendió unos pocos ejemplares en su aparición, pero pasó el tiempo y empezó a crecer en ventas durante la década siguiente y el éxito internacional y las traducciones trajeron de vuelta a México la consideración general y una gran valoración de la obra. Una encuesta del Instituto Nobel, un premio que irónicamente Rulfo no ganó, situó 'Pedro Páramo' entre las 100 mejores obras de las letras universales.  

 Finalmente, habría que pensar en ‘Pedro Páramo’ como kilómetro cero de la actual literatura sobre la violencia en México que tantos frutos ha dado en la actualidad con autores como Emiliano Monge, Yuri Herrera, Daniel Sada o Julián Hebert. Sin olvidar lo más obvio: aquella seminal escena en la que Álvaro Mutis conminó a un Gabriel García Márquez con el libro en la mano: “Lea esta vaina, carajo, para que aprenda”. Gabo ‘aprendió’ y escribió ‘Cien años de soledad”, trastocando la tristeza profunda de Rulfo en tropicalia gozosa, Comala en Macondo, el secarral mexicano en selva bananera, distinta geografía mismo destino. La prueba de que 'Pedro Páramo' todavía tiene quien le lea es que el treintañero nieto de García Márquez y Salvador Elizondo no se ha remitido a ninguno de sus insignes parientes y sí a Juan Rulfo a la hora de crear el pueblo fantasma de su primera novela, ‘Una cita con la Lady’, en el 2019. “No se sabe si Rulfo inventó los pueblos fantasmas o si fueron los pueblos fantasmas los que inventaron a Rulfo”, dijo entonces.