CRÍTICA

'De fuego cercada', de Servando Rocha: la ciudad se arranca su mortaja

En este libro, el autor muestra el Madrid que fue y que todavía continúa ahí, pero oculto

El escritor Servando Rocha.

El escritor Servando Rocha. / Alba Vigaray

Lorenzo Luengo

Servando Rocha (Santa Cruz de la Palma, 1974) me ha demostrado algo que sospechaba: Madrid es una ciudad difunta. Hubo un tiempo en que aún resultaba navegable para el paseante que, abandonado a sus pensamientos, apenas percibía la frecuencia que desprendían sus edificios, y no la percibía por el simple hecho de que aún estaban vivos. Hoy, sin embargo (véase ese índice que suena como un encantamiento, en el que conviven fantasmas, calaveras, muertos y navegantes de la muerte), parece que ha caído sobre Madrid una especie de mortaja, como si en algún momento de su historia hubiese recibido su certificado de defunción. Sus edificios son cadáveres.

Nada tienen que ver con los que flanqueaban las calles para las exploraciones de ese acomplejado galés, «con rasgos de psicópata», de la calle de la Cruz –a destacar esta apasionada introducción: Caminos deseantes–, que en cuestión de tres años liberará al doctor Livingstone del corazón de las tinieblas. Esos edificios hace mucho que dejaron de ser capaces de decir algo que no pareciera un hechizo. Pese a la maravillosa arquitectura de algunos de sus rincones, a veces rodeados por su sempiterna carroña de cristal y hormigón –hay que agradecer el repertorio de imágenes incluidas–, se diría que a la ciudad le ha sido arrebatada la facultad de conversar consigo misma.

Quizá por eso, a la manera de aquel médico inquietante que un día abandonó su domicilio para seguir la «línea del deseo» y cuya historia, relatada en un álbum de fotos, rescató Rocha en un puesto del Rastro, cada edificio mantiene una especie de monólogo esquizofrénico, un murmullo catatónico que alcanza como una vibración aterradora a quienes tienen la capacidad de percibirla.

Rocha ha revelado, con estupor y una belleza salvaje, que vivíamos sobre el semblante crispado de una muerta

En esa demencia terminal que pesa sobre la ciudad, y que parece estar apoderándose de sus habitantes, tiene mucho que ver la penosa mutilación que ha sufrido en manos de trastornados urbanistas y su reconstrucción tipo Frankenstein por parte de no menos trastornados arquitectos. Cibeles, la Puerta de Alcalá, la Puerta de Toledo, todas las puertas de entrada o salida a no sabemos qué plano, las estatuas del Buen Retiro, el Palacio de Linares, las casas señoriales que aún asoman la cabeza por la Castellana y el barrio de Salamanca, conservan su belleza espectral pero ya no son más que islotes incomunicados, cada uno mascullando y mordiéndose los puños, como un Renfield de las tinieblas o un villano en su rincón. A través de los ojos de Rocha, esa fantasía monumental guarda un siniestro parecido con los locos que pasean por los manicomios hablando en su propio idioma.

Libro embrujado

De no ser por este libro embrujado, sería difícil saber cuál pudo ser el viejo idioma de Madrid, el que un día habló la ciudad para comunicarse con sus habitantes. Existen pedazos de ese idioma en las calles que desembocan en la Gran Vía, la antigua calle de Ceres, por ejemplo, en algunos aledaños de la Puerta del Sol, en los labios sellados de las estatuas de bronce, supervivientes de nuestras ruinas futuras.

La literatura escrita en el Madrid de los años 20 —de La torre de los siete jorobados a las novelas madrileñas de Ramón: De fuego cercada se deja envolver por todas ellas– no solo es un maravilloso sortilegio: también constituye una inmensa necrópolis, pintada de cánticos y plegarias como las losetas de las tumbas de Egipto, si nos atenemos a su condición de último lugar de reposo de una lengua olvidada.

Porque la brecha que un día se fue abriendo en la ciudad, y a la que Rocha nos deja asomar entre las líneas de su fascinante libro, no ha dejado de abrirse. Esa brecha es la responsable de la distorsión que se vive en sus calles, sus plazas, sus parques, los corredores claustrofóbicos de este Madrid desahuciado al que apuntala en su ataúd la mansedumbre de quienes no parecen reconocerse como los últimos habitantes de una ciudad momificada. Entre la plaza de Oriente y los jardines psicóticos del Retiro solo faltan las arenas del desierto para comprender de una vez que deambulamos entre antiguos cenotafios, como notas sueltas en la música neurótica de las frases inacabadas. Rocha ha caminado sobre esa arena y ha revelado, con estupor y una belleza salvaje, que vivíamos sobre el semblante crispado de una muerta.

De fuego cercada. Geografía secreta de Madrid

Servando Rocha

Alianza

448 páginas

23,95 euros