CRÍTICA

Joyce, del hombre al Ulises y viceversa

Páginas de Espuma y Diego Garrido culminan su hazaña joyceana con la publicación del segundo tomo de la que ya es considerada la edición más completa a nivel mundial de su correspondencia; mucho más que el retrato de un artista

James Joyce.

James Joyce.

Lucas Martín

La literatura está hecha de reveses; también de sonoros fogonazos. Puede que incluso de litigios. A lo largo de su ya larga vida postrera -murió en 1941-, James Joyce ha tenido de todo menos una inexistencia tranquila. Especialmente, de estatua para afuera, que es, donde el folclore, más allá de la postal inevitable de Dublín, retorna a lo libresco y deviene material de estudio. Pocos autores han sido sometidos a tantas ordalías. Casi ninguno a tantos y tan variados prejuicios. Hasta el punto de que se podría hablar -con especial atención a las difamaciones sobre su estilo- de un género en sí mismo.

Nada rejuvenece tanto a un escritor que acusar a Joyce de pedantería; nada afea más el cutis que endiosar al autor del Ulises. Y también al revés. De una manera que sorprende además por su continuidad en el tiempo; las mismas simpatías y antipatías que despertaba la obra del irlandés hace doscientos años, la misma dialéctica cabezuda, entrelazan sus caminos en la actualidad. Aunque con una diferencia que afecta a todos menos al consenso académico sobre la valía de sus escritos: el hecho de que la distancia difumine el contorno de la persona, haciéndole, incluso, ingresar en el terreno bufo de la máscara, del trazo a pinceladas, de la caricatura.

No es fácil saber quién fue James Joyce. Ni siquiera bajo la esmerada luz de sus excelentes biografías -pienso, principalmente en la de Ellmann y en la de Edna O’Brien-. Mucho menos de su literatura, ambiciosa y llena de perspectivas, algunas de ellas de asiento casi cubista, y a menudo completadas por accesorios de sobremesa que hablan de contumaces borracheras, zapatillas de tenis y ambivalencias frente al catecismo. Tampoco es que el asunto, y más tras la enésima muerte declarada de la figura general del autor, importe demasiado. Y más cuando la parte más popular de su epistolario -campo aparentemente más propenso al desvelamiento- carecía de valor no sólo literario, sino también humano – a menos que se considere freudianamente vinculantes los excesos libidinosos que le dedicaba a Nora Barnacle, su mujer-.

En este sentido, las cartas pisan siempre como subgénero un ámbito confuso, con opiniones encontradas en lo relativo a la pertinencia de su publicación. Cualquier correspondencia puede editarse u omitirse, despertar el morbo, la curiosidad o ambas cosas a la vez, pero no todas se transforman en literatura. Tampoco en un libro, que es algo que, con independencia de su contenido informativo y de su pericia estilística, tiene mucho que ver con la intervención del editor. Y, por supuesto, también, con capacidades que van más allá del rigor y la maña del inexcusable prólogo y la compilación del material.

A Joyce, en esto de la publicación de sus cartas, le ha tocado la lotería con Páginas de Espuma y el escritor y traductor Diego Garrido. A estas alturas no deja de resultar sorprendente que la mejor y más completa edición a nivel mundial del epistolario de Joyce provenga de fuera del ámbito anglosajón, pero España a veces tiene cosas rarísimas; tantas como para soltar por las librerías su propio leprechaun en dos extraordinarios volúmenes: el que amasa la correspondencia escrita y recibida entre 1900 y 1920 por el autor -con piezas universalmente desconocidas hasta ahora- y el recién publicado tomo final, que abarca la tanda que va desde la llegada a París hasta su muerte y que, además, se acompaña por una selección de textos sobre Joyce de los que fueron sus contemporáneos. Incluidas figuras literarias como su amigo Italo Svevo y el poeta William Carlos Williams.

Un andamiaje de lujo que, junto a las ilustraciones de Arturo Garrido -que hasta se permite algún que otro guiño irresistible que hubiera hecho relamerse a Leopold Bloom- constituye una edición que puntúa más allá del éxito filológico. Entre otras cosas, porque por primera vez permiten observar el caudaloso epistolario del autor sin maquinaciones procedentes del recelo de sus destinatarios y de la censura familiar. Pero también por el resultado, que, en sus consideraciones más maximalistas, constituye un gran libro: con pasajes divertidos y emocionantes, que, en su implacable evolución, no tienen nada que envidiar a los de una novela; la vida interrumpida de James Joyce. Con sus cataclismos y sus sulfurosas victorias.

La correspondencia del autor contiene tantas vías de abordaje y relieves como los de un texto referencial de ficción. Con la salvedad de que sus concomitancias con la realidad son bastante más temibles en cuanto que objetivamente sucedieron. Sus puntos de interés son múltiples y van desde el privilegio de asistir a la trastienda mental y compositiva de algunas de las obras más relevantes del pasado siglo al espectáculo de la escritura doméstica de Joyce, que alterna la confesión funcional con los juegos de palabras y el malabarismo verbal que está detrás de toda su literatura. Con tramas que convocan a personajes como Sylvia Beach -la editora del Ulises-, Jung, Ezra Pound o T.S. Eliot, y en las que afloran los procesos que le atormentaron -incluida la edición pirata de su libro en Estados Unidos y su progresiva enfermedad ocular- y el lado más íntimo y humano de su carácter: el del arrebato narcisista, pero también el tierno, el de los postales a su nieto y la inquietud apasionada y permanente por su hija Lucia. Toda una joya y un regalo a través del tiempo; en clave además rigurosamente joyceana, con el propio Joyce metiendo su persona en el mito y el mito en su persona y en su literatura.

Cartas 1920-1941. Seguido de Joyce en los ojos de sus amigos

Autor: James Joyce

Edición: Diego Garrido

Ilustración: Arturo Garrido

Editorial: Páginas de Espuma

Páginas: 1.184

Precio: 42,00 €