UN REFUGIO TRAVESTI

Los padres de familia que se visten de mujer a escondidas: "No soy trans, pero no quería morirme sin haber hecho ciertas cosas"

Luz y Patricia son los ‘alter ego’ de dos hombres heterosexuales que descubrieron su feminidad en la infancia y a la que dan rienda suelta en Dafni Girls, el único negocio de ‘crossdressing’ del mundo 

De Ramón a Luz, una feminización en el estudio de 'crossdressing' Dafni Girls

Sara Fernández

Pablo Tello

Pablo Tello

Madrid

Cuando, con 16 años, Ramón se puso unas medias por primera vez en el cuarto de baño familiar, se asustó. “Me dio mucho miedo lo que sentí”, dice. No fue asco ni tampoco pena, pero a día de hoy aún es incapaz de describirlo. Sin embargo, hace unos años que se permite experimentarlo más a menudo. Luz es el nombre que ha elegido para su otro yo, esa parte femenina que aparece cada vez que ajusta su peluca y se pinta la raya del ojo: “La primera mujer que me gustó en el colegio se llamaba Ludi (Luz Divina) y yo me llamo así por ella. Es como un personaje de teatro que llevo dentro. Al principio era Ramón quien se disfrazaba de ella y ahora siento que es al revés”. Electricista de profesión, el madrileño mantiene una relación sentimental con una mujer: “Cuando la conocí, le enseñé una fotografía y le expliqué que me gustaba hacer esto. Por su cara entendí que no tenía que volver a sacar el tema y, de hecho, siempre he sido Ramón con ella. Un tipo interesante, romántico y delicado que hace lo posible por conquistar a su chica día a día”. Todo cambió hace dos años, cuando ella decidió conocer al alter ego de su pareja. Pasearon juntas por las calles del centro el día del Orgullo LGTBIQ+ y, desde entonces, no han dejado de hacerlo.

Pese a haber convivido un tiempo, ambas tomaron la decisión de tener un espacio de privacidad individual para que las dos versiones de Ramón pudieran coexistir lejos de la clandestinidad: “Desde entonces puedo tener las cosas de Luz en una habitación y me visto más a menudo”. Su afición tiene un nombre: crossdressing o travestismo, aunque este último término siempre ha arrastrado connotaciones negativas, por lo que está en desuso. Como él, cientos de hombres heterosexuales, padres de familia y con trabajos de todo tipo, disfrutan aparentando ser una mujer por unas horas. “La felicidad que siento cuando llevo una peluca nunca está cuando voy con camisa o deportivas. A Ramón le das una navaja suiza en una isla desierta y te hace un supermercado con puertas correderas, pero Luz es diferente. Tiene un brillo en los ojos que jamás he visto en otro lado. Cuando completo la transformación me siento orgullosa de ser dos personas en una y poder convertir ese gusano en mariposa, aunque me lleve más de dos horas”, confiesa. Aunque en ocasiones se siente confundido, asegura que se requiere mucha valentía para dar cabida a una nueva identidad dentro de alguien como él.  

Desde 2011

No es el único. Al estudio, próximo al mítico barrio de Chueca, acuden decenas de hombres en su misma situación. Allí les espera Dafni (40), la persona que, para muchas de ellas, se ha convertido en un salvavidas. “Es la punta de lanza de un sistema de ayuda a una especie en extinción”, reconoce Luz mientras pulsa el timbre de Dafni Girls, el único centro de España que ofrece estos servicios. La catalana, maquilladora y estilista profesional, conoció a la primera crossdresser en el año 2011 y se adentró de inmediato en un mundo hasta entonces inexistente. “Me pidió que le maquillara de mujer y le pregunté si era para un show, pero me dijo que no tenía nada que ver. Luego me explicó que formaba parte de un estilo de vida en el que disfrutaban de ello por unas horas y luego seguían con su rol masculino en el día a día”, relata. Fue amor a primera vista y, rápidamente, comenzó a dar cursos de feminidad a todo aquel que se lo pidiera: “Me convertí en una más gracias al boca a boca. Ellas decían que había una chica que les ayudaba a perfeccionar su imagen y vivir esta experiencia”

Y así fue. Una por una, todas fueron aprendiendo a alterar su rostro y su cuerpo en busca de los rasgos deseados. “Fue el punto decisivo. Ellas me animaron a crear el negocio porque necesitaban asesoramiento. No hay otro igual en el mundo, con un equipo y una filosofía creada”, considera. Aunque nació en Barcelona, la empresa se trasladó a Madrid a los pocos meses y ahora cuenta con cinco empleadas: “Esta zona es un lugar de confort y pueden salir a la calle vestidas como quieran que nadie las va a juzgar”. Pese a ser Chueca un refugio para el colectivo LGTBIQ+, Ramón y el resto de clientes se definen como hombres cisgénero y heterosexuales: “Soy el varón que nací. No soy transexual ni tengo esa aspiración. Me inventé a Luz en el espejo, llorando. Le pedí que me ayudara en un momento difícil, cuando pensaba quitarme la vida”. Emocionado, termina de colocarse la bata y el sostén mientras Dafni saca decenas de cosméticos de un cajón. Su historia es peculiar. No todos se atreven a salir a la calle con apariencia femenina. De hecho, solo unos pocos lo hacen. Para la gran mayoría, esa liberación sólo acontece entre estas cuatro paredes.

Ramón (Luz) escoge el vestido que se pondrá más tarde en el estudio Dafni Girls.

Ramón (Luz) escoge el vestido que se pondrá más tarde en el estudio Dafni Girls. / ALBA VIGARAY

“Siempre he tenido un lado femenino acentuado, pero no me siento mujer. Quizás he tenido menos miedo a mostrarlo que otros hombres”, añade el electricista. Durante su adolescencia, este tipo de prácticas estaban mayoritariamente asociadas a enfermedades mentales, a la prostitución o a la vulgaridad: “No entendíamos por qué nos pasaba esto. No nos sentíamos homosexuales ni queríamos cambiar de sexo, solo dar salida a ese lado femenino que teníamos en el corazón. En esa época todo estaba prohibido”. Gracias a una revista erótica de los 80, Ramón descubrió su interés por la ropa femenina. En especial por la lencería, aunque recalca que su inclinación nunca fue sexual. Años después de enfundarse en unas medias, creó la primera web para crossdressers en España: “Lo hice para intentar decir ‘estoy aquí y no estoy solo’. Cuando buscabas sobre el tema en el internet primitivo, todo era patológico. Esa web me permitió hacer la primera quedada nacional en Madrid, en el año 1995”. Doce hombres se dieron cita en la antigua plaza de San Gregorio Magno. Todos ellos entraron a un portal por el que, varias horas más tarde, desfilaban doce mujeres como si nada hubiera pasado: “Había un piloto, un policía, un abogado, varios banqueros y yo, electricista. Nos convertimos en mariposas y pasamos una tarde estupenda. La mayoría de sus mujeres estaban en casa y no tenían ni idea de lo que estábamos haciendo”

Feminizar la voz

30 años después, Ramón se encuentra en el salón de Dafni escogiendo el vestido con el que llevará a cenar a su mujer esa misma noche. “El 60% de nuestra clientela es internacional”, asegura la empresaria, que ofrece todo tipo de experiencias en torno a la feminidad: “Funciona por horas, desde tres para maquillaje y estilismo hasta días completos en los que vamos con ellas a un restaurante, a dar un paseo, de compras… como con una amiga”. Además, la catalana cuenta con talleres de feminidad corporal y modulación de la voz de forma online y presencial para que hablen y se comporten de la forma más femenina posible. “Tenemos una coach vocal que les ayuda a poner la voz más aguda, suave y melódica. Lo usamos mucho con mujeres transexuales, cuenta. Pese a que en su mayoría atienden a hombres heterosexuales, también prestan servicio a mujeres trans: “Muchas descubren que lo son aquí dentro”. El abanico de clientes lo completan los hombres homosexuales, aunque apenas representan el 10%: “Ya no tienen que esconderse para ponerse una falda o unos tacones. En cambio, un padre de familia sí. Aún está mal visto”. 

Ramón (Luz) se prepara minutos antes de la transformación en el estudio Dafni Girls.

Ramón (Luz) se prepara minutos antes de la feminización en el estudio Dafni Girls. / ALBA VIGARAY

Entre 60 y 70 sesiones al mes. La mitad son internacionales. Y, pese a que el estudio no se llena cada día, el futuro está asegurado: “La mayoría lo hacen entre tres y cuatro veces al año, como quien se va al spa o tiene cualquier hobby”. Con alcance internacional, Dafni abre sus puertas al público de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. “Para quien no lo entienda, pensará que es un simple maquillaje, pero para ellas es una liberación y una forma de expresión. Otras, en cambio, no saben que llevan a una persona transgénero dentro y cuando se ven, quieren ser así todo el tiempo y empiezan una transición”, prosigue. Con vidas ya encaminadas, son muy pocos los que se atreven a contarlo por miedo a la reacción de su círculo más cercano. Dafni, que ha sido testigo de incontables rupturas matrimoniales o amistades que toman distancia cuando descubren la realidad, afirma que ella no está aquí para juzgar a nadie: “Solo para acompañar”. Sus “chicas”, como ella dice, llevan siglos existiendo: “Son hombres de unos 40 años hacia arriba que, a diferencia del colectivo LGTBI+, no va a reivindicarse en la calle en casi ningún caso. No están dispuestas a pagar el precio de una sociedad emocionalmente enferma que no les va a aceptar. Es así de triste”. 

Ramón, que ya ha recorrido gran parte del camino y anima a sus compañeras a seguir sus pasos, entiende que el sigilo sea el modus operandi más común. “Hace dos años yo pensaba que estaba enfermo y no quería verme con 80 años en la cama de un hospital sin haber hecho ciertas cosas”, revela. Una noche, copa de vino en mano, tomó la decisión de apuntarse al casting de First Dates: “No para buscar el amor”, asegura, sino para dar visibilidad a su comunidad. “Me maquillé sola y se notaba que era yo. A los 10 minutos de estar en antena ya tenía 200 mensajes preguntándome”. La oleada de críticas que vivió esa noche le quitó el miedo de golpe y, desde entonces, baja a comprar el pan con peluca y tacones. El pueblo de Toledo en el que vive ha sido escenario de situaciones incómodas que, pese a intentar evitarlas, ha tenido que confrontar. “Me daba miedo encontrarme con una panda de desquiciados que me la pudieran liar. Al principio iba con miedo y muy discreta. Llevaba un spray de pimienta, pero ya no hace falta. Sé correr muy bien y perder unos tacones de 10 euros me da igual. Lo que no voy a llevar es una navaja en la liga”. 

Dafni maquilla a Ramón (Luz) en el estudio de 'crossdressing' Dafni Girls de Madrid.

Dafni maquilla a Ramón (Luz) en el estudio de 'crossdressing' Dafni Girls de Madrid. / ALBA VIGARAY

Un pacto de 15 días

30 años después de aquella quedada que le cambió la vida, lidiando con miradas y cuchicheos a su alrededor, Luz hoy se siente fuerte para pisar la calle sin estar alerta: “No hay nada más bonito que las sonrisas cómplices de otras mujeres cuando se cruzan contigo. Luego, llega la noche, la carroza se convierte en calabaza y los caballos en ratones”. De miradas también habla la empresaria, el hada madrina de todas estas crossdressers que en más de una ocasión ha tenido que salir en su defensa. Cuando se roza la indiscreción, ahí está ella para hacer justicia: “Les miro, sonrío y automáticamente se dan la vuelta”. Después de 14 años en el negocio, Dafni reconoce haber construido incontables amistades en este colectivo, sobre todo con mujeres trans: “Puedo quedar con ellas cuando lo deseo. Con los hombres estoy condicionada porque no puedo ser presentada en su entorno”. Siempre que puede organiza eventos para reunir a todas sus clientas, entre las que se encuentra una crossdresser de 85 años: “Las mayores me tratan como su nieta. No deja de ser una labor terapéutica y social para que vivan un sueño que han reprimido toda su vida. Algunas vienen con sus parejas o incluso con sus hijos”

Es el caso de Patricia, quien prefiere ocultar su nombre real. Desde hace años tiene un pacto con su mujer para maquillarse y vestirse 15 días al mes: “Los otros 15 soy el hombre de siempre”, dice. Acude a los eventos que la catalana organiza acompañada de su mujer y, en ocasiones, de su hija también: “A mi esposa se lo conté tras un año de relación y nunca le importó. En mi trabajo lo sabe todo el mundo. Mis vecinos también porque me ven salir del portal con falda y cuñas… Mi vida es mía y quien no lo entienda es su problema. Hay quien disfruta pescando, otros juegan al mus y a nosotras nos gusta ponernos monas”. A sus 53 años, cree que la razón de que el 90% de su entorno lo acepte, es haberlo contado con naturalidad: se trata de la parte femenina de un hombre que se siente como tal el 70% del tiempo: “El otro 30% soy un sueño cumplido, la chica que me gustaba ser de pequeño. Es la culminación”. En su día a día trabaja como funcionario a media jornada y es un padre de familia como otro cualquiera. De pequeño, cada vez que se quedaba solo en casa, aprovechaba para pintarse los labios y desempolvar los vestidos de su madre.

Dafni coloca los pendientes a Luz antes de finalizar la feminización y salir a la calle.

Dafni coloca los pendientes a Luz antes de finalizar la feminización y salir a la calle. / ALBA VIGARAY

“Sabía que algo me pasaba, no era normal que me gustase eso a la vez que jugar al fútbol con mis amigos o vacilar a las mujeres como a cualquier otro adolescente. Con el tiempo aprendí que no era nada raro”, añade. La primera vez que visitó el centro de feminización, escogió un vestido de novia, se hizo un recogido y sostuvo un ramo de flores: “Ese era mi sueño y, cuando me vi, lloré de la emoción. Ahí fue cuando me di cuenta de que necesitaba disfrutar más de Patricia”. Desde aquel día sale a la calle transformada y duerme con camisón la segunda quincena del mes. También recuerda con cariño el día de su 50 cumpleaños. Después de celebrarlo con su familia, reservó una cita con Dafni: “Lo celebré también como Patricia, aunque solo invité a mi mujer, mi hija, mis primas, unas compañeras de trabajo y algunas amigas. Quería estar guapísima para ellas”. Mientras se maquilla, asegura que únicamente quien se encuentra en su misma situación es capaz de entenderla al completo: “No hay nada como mirarse al espejo y ver una mujer. Según va apareciendo mi rostro femenino voy ganando confianza. Somos muchas más de lo que la gente piensa. Conozco cientos de chicos heterosexuales a los que les apasiona”.

Mujeres promedio

Cuando cambia la camisa por la blusa y los pantalones por el fular, trata de pasar lo más desapercibida posible. Cruzar una calle concurrida y no recibir ningún comentario o sentirse observada, se ha convertido en un triunfo personal para ella. Y es eso, precisamente, lo que diferencia a las crossdressers del colectivo drag, con quienes aseguran no tener nada que ver: Las drag queens exageran los rasgos y los llevan al espectáculo. Nosotras reflejamos una imagen de mujer habitual”. Dafni, que coincide con Patricia, cree que este arte busca llamar la atención y generar un beneficio económico: “Al final, es su trabajo. El crossdressing no es el sustento de nadie. Lo hacen para sentirse mujeres promedio por unas horas, pero sin llamar la atención”. En más de una década de profesión, la catalana nunca ha transformado a una mujer en un hombre ni cree que lo vaya a hacer próximamente. “No creo que existan. Lo máximo que podría hacer es masculinizar la cara, poner barba y tapar los pechos, pero no es un servicio que me hayan pedido nunca”, desvela. En cualquier caso, todo aquel que ha experimentado un cambio de apariencia como este coincide: “Cuando alguien se pone del sexo contrario, se entiende la vida de otra manera”. 

Luz sale a la calle junto a Dafni tras completar la feminización en Dafni Girls.

Luz sale a la calle junto a Dafni tras completar la feminización en Dafni Girls. / ALBA VIGARAY

Para Luz y Patricia, Chueca se ha convertido en una burbuja donde ser la mujer que ambas llevan dentro desde bien pequeñas. Sin embargo, la prueba de fuego llega cuando salen del barrio. “Me encanta esa sensación. Vivo en Getafe y me subo al tren transformada. Lo bonito es que no nos miren, pero que si lo hacen sea porque estamos buenísimas”, explica el funcionario. Lo cierto es que con el paso de los años, algunos sectores de nuestra sociedad han cuestionado la existencia de las crossdressers. “Entendería que a alguna mujer le pudiera molestar esto, pero no hacemos daño a nadie. Hay quienes me dicen que seguiré siendo un hombre toda mi vida o que por entrar al baño femenino soy un violador. ¿En qué cabeza cabe?”, objeta. Su labor, como la de tantas otras, es acabar con los prejuicios a base de naturalidad: “Tenemos que seguir dando el coñazo y educando, para que vean que no hacemos nada malo. Disfrutamos haciendo esto y no por ello somos mejores o peores. La persona que somos ya está hecha. Lo demás es ropa y maquillaje”. Como siempre, cuando las luces del tocador se apagan, ambas toman aire antes de salir por el portal de la céntrica calle. Comienza la aventura.